Cusco encantador
Cusco soñador
Cusco, mi querido Cusco
Ha llegado el momento de despedirse. Después de ocho meses, después de tanto tiempo en esta hermosa ciudad, dejo atrás la vida que me construí acá, pedazo por pedazo, amistad por amistad. Ya está. Me marcho, ya no puedo dar marcha atrás. Me voy, el corazón pesado, pero lleno de amor. Con la confianza de tener a mucha gente linda que me ama y con el recuerdo agridulce de haber amado.
Todavía me acuerdo del primer día, me diste la bienvenida con chubascos feroces y granizo helado. Aún así, me sentí bien acogida. El calor del hogar de mi mamá peruana contrastó con el frío afuera. Y a lo largo de mi estancia se me abrieron otras puertas que ni había percibido a primera vista. Encuentros, casualidades, sorpresas. Gente que va y viene. Cada uno te deja con algo más, cada uno a su manera encaja en el rompecabezas de tu vida. Ocho meses pasan en un instante, tal el vuelo fugaz de un picaflor en la terraza de un café. Igual que la imagen de sus alitas rozando las flores de rojo carmín, los recuerdos se quedan grabados en mi memoria.
A todas las personas que conocí durante mi estadía acá, que caminaron una parte del camino conmigo, que me enseñaron a reconocer la belleza de la vida, que me hicieron reír, llorar, que me dieron abrazos y ánimo. A mi familia peruana, a mis amigos de Perú y de afuera, a todos mis alumnos del colegio y de inglés, mis profes de Runa Simi, de salsa, de yoga y de la vida, las caseritas del mercado y los baristas de mis cafés favoritos: los quiero un montón y les agradezco todo, fueron ocho meses inolvidables. Las despedidas no son lo mío y nunca se vuelven más fácil. Me perdonarán mi nostalgia y la falta de palabras al momento de irme. Pero tengo la fé que en algún momento, en algún lugar del mundo, nos encontraremos nuevamente y nos contaremos todo lo que habrá pasado.
Y así me voy, las lágrimas a punto de escurrir por mis mejillas, sonriéndole a la vida. Tupananchiskama!